Mediante el Decreto N° 5.304 del 12 de mayo de 1960 se instituyó el 17 de mayo como Día de la Armada Nacional, fecha gloriosa de la República por corresponder a la consolidación de los principios de la Revolución de Mayo con la terminante victoria naval de Montevideo.
La Armada Argentina, ya bicentenaria, escribió sus primeras páginas en el Combate Naval de Montevideo el 17 de mayo de 1814. Fue una victoria clave para la independencia nacional, y tal fue su trascendencia que hace 55 años la Nación instituyó esta fecha como Día de la Armada.
Desde sus orígenes custodia el patrimonio de los argentinos en el mar y contribuye a la defensa nacional junto al Ejército y la Fuerza Aérea, dependientes del Ministerio de Defensa a través del Estado Mayor Conjunto.
La Armada está desplegada en miles de kilómetros de litoral marítimo y fluvial a lo largo del territorio argentino.
Los extensos escenarios en los que actúa son el Mar Argentino, los grandes ríos de nuestra Hidrovía, los canales australes, la Antártida y los océanos del mundo.
Para eso, cuenta con cuatro pilares fundamentales que sostienen su poderío: la Flota de Mar, la Infantería de Marina, la Aviación Naval y la Fuerza de Submarinos.
Estos cuatro componentes operan integrados bajo la responsabilidad del Comando de Adiestramiento y Alistamiento de la Armada y tienen su más valioso capital en los hombres y mujeres, militares y civiles, que engrosan sus filas.
La misión principal de la Armada es alistar, adiestrar y sostener los medios del Poder Naval de la Nación a fin de contribuir a garantizar su eficaz y eficiente empleo en el marco del accionar conjunto.
Además, la Armada tiene otras misiones secundarias: participa en operaciones de paz y/o coaliciones multinacionales bajo mandato de organismos internacionales, efectúa tareas marítimas, fluviales y de seguridad náutica, y lleva adelante operaciones de búsqueda y salvamento marítimos.
Asimismo, apoya la actividad en la Antártida, brinda asistencia humanitaria y apoyo a la comunidad, participa en el desarrollo de medidas de cooperación militar, de fomento de la confianza mutua y otras en el marco regional internacional para la prevención de situaciones de conflicto, entre otras competencias asignadas por el Estado.
Corría el mes de mayo de 1814. Los realistas salían al mar desmoralizados. Su jefe creía muy difícil la victoria. Cuatro años de sitio, de alejamiento, con pocos refuerzos y pertrechos y rodeados por un ambiente hostil los habían abatido. Salieron a cumplir con un deber amargo y sin su mejor jefe naval ni sus compañeros veteranos que se encontraban bloqueados en el río Uruguay.
Brown, en cambio, tenía consigo el genio de la victoria: su gente confiaba en que los llevaría al triunfo. Las fuerzas eran equivalentes, con leve predominio español. Entre ambas poseían unos 300 cañones. Nunca hubo tanta artillería reunida en las guerras de Independencia. El combate era una persecución y Brown seguía tenazmente a los realistas.
El 16 de mayo, frente al Buceo, los alcanzó y tomó a 3 de sus mayores naves. Persiguió al resto, tomó otra nave realista e hizo encallar a otras 2, que fueron destruidas por sus tripulantes. La victoria fue completa y la “Mercurio”, principal nave realista, se apresuró a buscar la protección de los cañones de Montevideo.
Ahora sí que Montevideo estaba sitiada por completo. 4 años de bloqueo terrestre habían sido vanos; un sólo mes de cerco por tierra y por mar ocasionó su caída. El combate naval fue la causa principal.
La caída de la plaza de Montevideo, a raíz de la victoriosa y rápida campaña naval, fue uno de los hechos más importantes de la Revolución de Mayo.
San Martín, preparando su Ejército en Cuyo, percibió toda la trascendencia de esta breve campaña y así escribió que el triunfo sobre la Escuadrilla Naval de Montevideo fue lo más grande que hizo hasta entonces la Revolución Americana.
Es por esto que el 17 de mayo se rememora el triunfo de la fuerza naval al mando del almirante Guillermo Brown en el Combate de Montevideo —el gran combate— sobre la escuadra realista que dominaba hasta ese momento las aguas del Río de la Plata.
Así se puso término al poder naval español sobre aguas de ese estuario, que había comenzado 300 años antes cuando las naves de Juan Díaz de Solís surcaron ese río. El triunfo naval permitió completar el cerco marítimo de la plaza y su rendición posterior.