Por Javier Garat – Secretario General de CEPESCA y presidente de EUROPÊCHE – Para LA VOZ DE GALICIA – Con 10.000 millones de humanos poblando la Tierra en el 2050, a pocos se les escapa que el alimento generará tensiones. En ese contexto, la UE pierde flota y aumenta su dependencia pesquera.
uién iba a decir que en el siglo XXI las guerras y las crisis subyacentes seguirían siendo una constante en el mundo. Europa no se salva de esta epidemia que no deja incólume a ningún sector económico. El pesquero se ve claramente afectado. Y es que, en su condición de alimento esencial, el pescado es, como afirma el Foro Económico Mundial, una de las grandes teclas de la geopolítica y lo será más en el futuro, simplemente por el hecho de que las estadísticas apuntan a que, en el 2050, habitarán la Tierra 10.000 millones de humanos, con necesidad de consumir proteína y gran parte de ella provendrá del mar.
En un artículo del año 2020 publicado en Nature titulado El futuro de los alimentos del mar, varios científicos concluyeron que, si se gestionara de forma adecuada el 100 % de las poblaciones de peces en el mundo, el océano podría proporcionar de forma sostenible entre 80.000 y 103.000 millones de kilos de alimentos en el 2050, entre un 36 y un 74 % de incremento comparado con el rendimiento actual de 59.000 millones de kilos.
Las tensiones geopolíticas provocadas por el control de los recursos esenciales, entre ellos el alimento, afectan al mercado y al consumo. La invasión rusa sobre Ucrania, por ejemplo, está impactando en el comercio de merluza del Pacífico y Argentina o del marujito del Atlántico suroccidental. El problema añadido es que lo hace de la mano de la normativa europea, exigente, restrictiva y férrea con nuestras flotas, mientras prima la entrada de pescado de terceros países mucho más laxos en materia medioambiental y laboral, permitiendo, por ejemplo, que Rusia se salte las normas para vender pescado sin aranceles en la Unión Europea.
Así, en España y en toda la UE, la flota sigue reduciéndose mientras se intensifica la dependencia de las importaciones para satisfacer nuestra demanda de productos pesqueros. En el 2022, los 27 países miembros de la UE invirtieron 31.900 millones en pescado procedente de terceros países, un 23 % más que en el 2021, cuando se rondaron los 26.000 millones. Según el reciente informe del Observatorio Europeo EUMOFA, El Mercado del Pescado de la UE 2023, España es el país que más productos pesqueros y acuícolas importó en el 2022, tanto por valor (5.940 millones de euros, un 22 % más que en el 2021), como por volumen (1,19 millones de toneladas, un 1 % más).
Como hemos denunciado desde Europêche y desde Cepesca, permitir la entrada de pescado de bajos estándares, bajo valor y sin aranceles, crea una distorsión de precios que impide que nuestra flota pueda vender, en muchos casos, sus productos en la UE a un precio justo. Es decir, determinados productos importados compiten con los de la UE en desigualdad de condiciones y hacen bajar los precios del pescado comunitario obstaculizando la rentabilidad del sector y poniendo en riesgo a un proveedor de alimentos esenciales.
En la introducción de ese informe de EUMOFA, Virginijus Sinkevicius, comisario europeo de Medio Ambiente, Océanos y Pesca, glosa las complejidades e interdependencias del sector pesquero europeo, «este fascinante sector que emplea a decenas de miles de personas en toda la UE y es vital para nuestra seguridad alimentaria a largo plazo». Y afirma además el comisario que «nuestro apetito por los productos del mar nos hace también extremadamente dependientes de las importaciones de países no pertenecientes a la UE, especialmente en el caso del salmón, el bacalao o las gambas».
Habría que recordar al comisario que los contingentes arancelarios autónomos deben diseñarse encontrando un equilibrio entre mantener la capacidad operativa de los procesadores europeos de productos del mar y procurando que los de la flota comunitaria puedan comercializarse en su valor justo. Esto no está ocurriendo desde hace varios años con los lomos de atún, cuyo contingente procede en una grandísima mayoría de China, país acusado en muchas ocasiones de pesca ilegal, trabajo forzoso o de no respetar las normas de conservación.
En ese aspecto hay que recordar el contexto desfavorable que vive el sector pesquero europeo que, como hemos denunciado, se ha visto coartado por la obsesión medioambiental de la Comisión Europea (olvidándose de los aspectos sociales y económicos, los otros dos ejes de la sostenibilidad) y de muchos eurodiputados y Gobiernos nacionales —cabe recordar, entre otros, el veto a la pesca de fondo en 87 áreas del Atlántico norte, el plan de acción para proteger y restaurar los ecosistemas marinos, el plan plurianual de gestión de la pesca del Mediterráneo occidental o la reciente ley de restauración de la naturaleza— y se ha visto afectado por la inflación, el incremento de los costes de explotación, la falta de relevo generacional y la reducción considerable del consumo en hogares.
En definitiva, no se trata de cerrar puertas a nadie, pero sí de abrirlas con las mismas reglas de juego. La UE debe revisar su miopía y mirar con más empatía a su flota y a sus pescadores, líderes y referentes que se han convertido en modelos a seguir en todo el mundo. Nuestras autoridades deben garantizar el origen legal y la trazabilidad de todas las transacciones pesqueras de terceros países, así como que su explotación no sea perjudicial para la conservación de las especies, considerando el nivel de comercio actual y previsto, y sin menoscabo para nuestro sector. El juego de la soberanía alimentaria ya ha empezado y estamos sentados a la mesa. Es hora de que Europa revise las cartas de las que dispone para no quedarnos fuera de la partida porque es el riego que corremos.
Publicación textual de la Voz de Galicia – 11/11/2023